«La Palabra de Dios se ha hecho
carne». No se ha quedado en silencio para siempre. Dios se nos ha querido
comunicar, no a través de revelaciones o apariciones, sino encarnándose en la
humanidad de Jesús. No se ha "revestido" de carne, no ha tomado la
"apariencia" de un ser humano. Dios se ha hecho realmente carne débil, frágil y vulnerable como la
nuestra.
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