En una sociedad en la que se multiplican las
llamadas desde ambientes diversos y con intenciones confusas, es fácil dejarse
seducir por aquellos que invitan a competir o rivalizar, tener o aparentar. Son
felicidades incapaces de llenar en plenitud el corazón humano, falsas puertas
por las que se cuelan los “ladrones y bandidos” de nuestra época. Por eso «es
necesario superar los modos de pensar y actuar no concordes con la voluntad de
Dios».
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