Aunque nos parezca ausente, Jesús
viene a nuestra vida también en los momentos difíciles y aparentemente
irremediables, para devolvernos el ánimo, la fe y la esperanza y llenarnos de
auténtica vida. Más que esperar de Dios lo que le pedimos y cuando lo pedimos,
debemos aceptar su plan, aunque no lo entendamos ni coincida con el nuestro. La vida y comunión con Cristo por la fe del bautismo y por los
sacramentos de la vida cristiana alcanzan al hombre entero, cuerpo y espíritu,
en esta vida y en la futura. Gracias a Cristo resucitado el hombre no es un ser
para la muerte sino para la vida con Él, ya desde ahora y en el futuro. Pues
nuestro Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos.
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